Amar y ser amada es el más intenso y natural deseo que se pueda sentir. Reprimirlo, ocultarlo, es algo cruel que muchas mujeres se hacen a sí mismas. Si se niega ese deseo, que está hecho de agua viva, se pudre por dentro. El alma se vuelve sombría.
Ilustración: Gabo Cedeño.
Para satisfacer el deseo de amar, primero, tienes que permitirte abrir el corazón y, una vez lo haces, debes estar dispuesta a ser vista, a ser observada. Cada ángulo físico y psicológico será recorrido por tu amante. Los amantes se contemplan, se analizan, buscando su rastro en la mirada del otro.
El amor es un estado de rendición, por eso, trae placidez, bienestar y, a la vez, potencia y transformación. Alguien que vive en constante miedo o ansiedad, difícilmente lo podrá vivir a plenitud. Solo lo experimentará en minúsculos sorbos, muy distantes unos de otros.
Pero quien ha hecho las paces con su propio deseo de amar, se rinde a ese deseo y permite que el amor entre por las cicatrices que han dejado viejos dolores. Deja que el amor atraviese las paredes de su cuerpo, sanándolo, limpiándolo, embelleciéndolo.
La astrología es la ciencia del autoconocimiento, y ese deseo de amar, en nuestra Carta Natal, está representado por Venus, la diosa Afrodita del amor.
El signo donde tengas a tu Venus te revela cómo amas, qué te atrae y te causa placer. Hagamos un escaneo rápido por los signos para comprender esta energía.
Si reconoces los deseos de tu Venus y los vives, las puertas del amor se te abrirán. Pero si no los reconoces y los refundes en tu mente, esperando que, algún día, se desvanezcan, entrarás en las sombras de la Luna Negra, o Lilith.
Lilith es un punto matemático en el cielo. Pero también la protagonista de aquella historia de la primera mujer, la que no se sometió al mandato del hombre ni de ningún dios. Y Lilith tuvo razón de no someterse, de irse del lugar donde era manipulada o no valorada.
Pero ya es hora de sanar esa parte de nuestra psique que quedó dañada, y volver a darle cabida al deseo de amar, como algo totalmente natural.
Lilith, en nuestra personalidad, representa la herida de la mujer rebelde, la que no fue elegida, la que fue juzgada, rechazada, abusada, escupida, la que cerró su corazón. Lo cerró tanto que rechaza a los hombres, pero, sobre todo, se rechaza a sí misma por no poder amar.
El signo en donde tengamos a Lilith en nuestra Carta Natal nos revela qué deseos, por haberlos escondido, se han vuelto maléficos.
Estas son las consecuencias de negar o reprimir el deseo natural de amar.
Para amar como una diosa Venus, lo femenino tiene que atravesar las sombras de su propia Lilith
Las emociones de Lilith se desbordan y la devoran a ella misma, pero también a quienes mete a su cama. Muchas veces, Lilith quiere vengarse de lo que le hicieron en el pasado. Carga con las secuelas del rechazo y el desamor.
Piensa que manipulando o hiriendo a los hombres logrará saciar su sed. Pero esa sed es sed de amor. Por lo tanto, solo el amor la puede saciar. Lilith deberá aprender que su amor propio es la medicina que requiere.
Pero antes de poder amar todas sus partes, todo su pasado, sin juicios ni condiciones, Lilith debe atravesar la oscuridad de su alma y esa travesía, que se siente como la muerte misma, dura largas noches. Noches de desaliento, noches de amargura, noches de soledad implacable.
Sin embargo, llega un día en que toda Lilith se cansa de quejarse y de culpar a otros, y se reconoce como artífice de su propio dolor. Llega el día en que ella cesa de enterrarse el aguijón del miedo, del odio, de la culpa, del rencor, en su propia piel. El día en ella deja de negarse el deseo natural de amar. El día de la rendición, de la liberación y del perdón. El día en que Lilith y Venus se vuelven una.
Solo entonces, nace la mujer sabia, la mujer completa, la que ha atravesado sus propias sombras, ha descendido a sus infiernos y ha renacido de sus cenizas. La mujer que es capaz de amarse primero a ella misma y, con ese amor entero, es capaz de amar y transformar su mundo.