Nos relata una consultante:
"Hace un año aproximadamente tuve una experiencia muy desagradable con un hechizo de amor. Supuestamente era un trabajo inocente, sin efecto de rebote, sin embargo, las cosas se salieron de control.
Traté de atarme a mi exnovio. ¿El resultado? Un par de semanas después de realizar el hechizo conocí a otra persona, un chico realmente genial.
La única razón por la cual la relación solo duró un par de meses fue porque simplemente no podía dejar de pensar en mi ex. En lugar de unirlo a mí, terminé mentalmente atada a él, y no dejaba de pensar en volver a estar juntos.
Este hechizo me costó una relación con un tipo realmente genial. Creo que una de las razones por las que salió tan mal fue que usé algunos de sus cabellos en el ritual."
Resulta curioso que sean los mismos grimorios que proponen toda clase de pócimas, ungüentos, brebajes y caldos para obtener el amor de una persona, quienes adviertan sobre los peligros de efectuar tales prácticas.
De hecho, en la mayoría de estos libros prohibidos se habla de un «precio» que debe pagarse al realizar un hechizo. Naturalmente, no hablamos aquí de un «precio» en términos monetarios, sino más bien un costo que el practicante deberá abonar en el futuro cada vez que realice un hechizo cuya intención es modificar el comportamiento de alguien más, presumiblemente, para obtener algún grado de atracción que no habría conseguido empleando medios convencionales.
Es decir que el «precio» de un hechizo de amor está directamente relacionado con la intención de quien lo realiza.
De eso se trata la práctica de la magia realmente: de una intención condensada, consciente y dirigida hacia el cumplimiento de un propósito específico. Sin embargo, los grimorios medievales son ambiguos al respecto. Por ejemplo, estos libros de magia roja alertan sobre los peligros de efectuar hechizos de atracción dirigidos hacia una persona en particular, pero también sobre aquellos que se realizan de forma más genérica, sugiriendo que, en ciertos casos, algo más puede sentirse atraído por la energía desatada.
En todo caso, y siempre de acuerdo a las advertencias explícitas que podemos encontrar en cualquier libro de hechizos, el precio de un hechizo de amor siempre es elevado, y a veces incluye la cordura del practicante, e incluso de la persona hacia la cual fue dirigida esa intención.
La Internet abunda en recetas de dudosa procedencia cuyo resultado está condenado al fracaso desde el comienzo. Los llamados amarres, o ataduras, funcionan en ambos sentidos. Si estos trabajos se realizan sin los conocimientos apropiados, en lugar de atar al otro es el practicante quien termina mentalmente unido a su objetivo. Uno podría pensar este es un precio que muchos están dispuestos a pagar, y quizás por eso este tipo de trabajos siguen realizándose indiscriminadamente.
No obstante, es el desconocimiento sobre el verdadero alcance que puede tener un hechizo lo que insta a las personas a cometer semejantes atropellos contra el libre albedrío de los demás.
El precio de un hechizo de amor a veces se paga en cuotas, por decirlo de algún modo, o se financia con el éxito que este pueda llegar a tener. Al respecto compartimos otro breve correo que ha llegado a nuestra casilla:
"El precio que pagué por hacer hechizos se resume al hecho de que la relación conseguida a través de este medio se convirtió en algo horrible. Se obsesionaron conmigo. Gané algunos acosadores espeluznantes de esa manera, a tal punto que sentí miedo de lo que pudiesen llegar a hacer.
Mis hechizos han sido muy potentes y difíciles de revertir, especialmente porque en aquella época tendía a usar cabello y fluidos corporales."
La idea de que los hechizos pueden tener un efecto exactamente contrario a las intenciones del practicante está presente en todos los grimorios. Este efecto opuesto se divide en dos grupos:
En el primer grupo encontramos aquellos hechizos que se realizan de forma incorrecta, ya sea con materiales inadecuados, con malas intenciones, o bien como consecuencia de lo que se conoce en el ámbito de la Wicca como sobrecarga; que consiste básicamente en la realización de hechizos demasiado poderosos para el objetivo que se desea alcanzar.
En el segundo grupo se encuentran los hechizos peligrosos, aquellos que pueden incapacitar al practicante y salirse completamente de control. La razón más importante por la que nunca es una buena idea hechizar a alguien para que se enamore es porque le arrebata el libre albedrío.
La magia, aun en términos inocentes, es una fuerza que se pone en movimiento y hace que los cambios ocurran. La Wicca, corrigiendo el axioma de Aleister Crowley, sostiene que si no hace daño a nadie, haz lo que quieras, pero incluso dentro de ese esquema de acción existen riesgos.
Si fueras a lanzar un hechizo que hace que alguien se enamore de ti, no vas a entrar en contacto con una entidad precisamente benévola. Sería como pedirle al policía de la esquina que mate a un vecino molesto. Por el contrario, si quisieras que tu vecino desaparezca misteriosamente tendrías que visitar algún barrio sórdido de la ciudad para encontrar a alguien dispuesto a hacerlo.
Ninguna entidad astral que tenga una vibración positiva participará en un hechizo cuya intención es usurpar el libre albedrío de una persona.
En todo caso, estarías lidiando con algunas energías y entidades del bajo astral que pueden ser muy peligrosas. Al igual que el tipo inescrupuloso del barrio sórdido, estos seres carecen de ética.
Las entidades negativas del astral no vacilarán en ayudar a alguien lo suficientemente desesperado como para recurrir a ellas, y, en consecuencia, atarse al practicante con el objeto de alimentarse de su energía.
En todo caso, el precio de un hechizo de amor es demasiado elevado siquiera para comenzar a pensar en asumir su costo.
El Espejo Gótico