El término “esoterismo” proviene del griego esoterikos (έσωτερικóς) derivado de eso-teros (ἐσώτερoς) refiriéndose a lo que está en el interior (eso) por oposición a exoterikos (ἐξωτερικός) lo que está en el exterior (exo). “Ter” (τερ) o “Teros” (τερός) es una palabra que expresa la idea de “tra” o “trans” (atravesar), significando la posesión de algo o la obtención de un objeto oculto mediante la acción de atravesar. (1)
Hablando de obras y de doctrinas, se dice “esotérico” a lo que está destinado a los miembros de la escuela o de la secta, sobreentendiéndose con ello que es algo más o menos difícil, secreto, misterioso y extraño. Se dice “exotérico” lo que está destinado al público no iniciado.
Este sentido de esotérico se refiere a todos los misterios presentes en el mundo clásico (en Grecia existían los misterios eleusinos, órficos y dionisíacos). Particularmente, en la escuela pitagórica se distinguían los discípulos iniciados (los esotéricos) de los futuros iniciados y los profanos (los exotéricos). En Roma, cuando se difundieron los misterios de Mitra y de Isis, se llamaban esotéricos a los iniciados. Pero en general se trataba de una jerga alegórica destinada a esconder la doctrina y los ritos para preservarlos de los profanos.
El centro de interés era el misterio de la iniciación que se consideraba una liberación del cuerpo físico visto como una prisión. Este es el sentido de los misterios no solo en el mundo clásico sino también en el gnosticismo (que es una especie de misterio infiltrado en el cristianismo), en la cábala hebrea y en el sufismo del Islam. Todos parten de la suposición de substancia espiritual en el cuerpo y de una presencia divina en el espíritu. Este espíritu, con herencia divina, debía purificarse del mal y así retornar a la patria celeste y ser reintegrado al mundo de los dioses.
(1) Dictionnaire Etymologique de la langue Française. Adolphe Mazure. París, Eugène Belin, 1863. Página 552
Quien busca la realización espiritual por la vía del conocimiento y de la mística, tarde o temprano se enfrenta con la cuestión de la condición humana, a la cual debe dar una respuesta psicológica personal. El esoterismo es la búsqueda de un conocimiento o de un objeto oculto que no es evidente para todos, de una verdad escondida, un misterio. Pero la verdad que buscamos no la encontramos pasando solamente a través de una puerta abierta hacia el interior, sino también atravesando una apertura hacia el exterior que nos conduzca y que nos identifique con el todo.
Conocerse a sí mismo significa también conocer el mundo donde estamos inmersos. Trascender la barrera que separa la ilusión de nuestro mundo personal e individual y reconocerlo en el exterior como un reflejo de sí mismo es un acto de libertad. Identificarse con él es asumir nuestra esencia absoluta. Si ese es un camino espiritual que nos une a Dios, tomar conciencia del mundo y conocernos a nosotros mismos es otra manera de describir la misma cosa.
Cuando se trata del conocimiento “interior” o espiritual, frecuentemente se hace una amalgama entre el esoterismo y el gnosticismo. La palabra “gnosticismo” viene del griego gnôsis (γνῶσις), conocimiento. Se refiere a un conocimiento de las cosas religiosas superior al conocimiento de los simples creyentes o mismo de la iglesia oficial. En el cristianismo, sobre todo en los principios (siglos II y III), hubo una gnôsis ortodoxa, una profundización de la fe común, pero la palabra “gnosticismo” evoca ya en esa época una gnôsis heterodoxa en gran parte esotérica, mística y mágica, aunque estas especulaciones son ajenas al pensamiento del confucionismo que ya estaba presente en la China desde los siglos VI y V a.J.C.
En contraposición al gnosticismo está el agnosticismo (αγνωστικισμός, agnosticismos) derivado del griego agnôstos, a privativo y gnôstikos, capaz de conocer. Es una doctrina, frecuentemente implícita, que niega el conocimiento de todo lo que está dado fuera de la experiencia. Así, el agnosticismo es una especie de escepticismo limitado al dominio metafísico. El agnóstico es a menudo un cientificista, es decir, alguien que solo acepta las ciencias empíricas como única explicación de la existencia. No niega las afirmaciones metafísicas, sino que solamente considera que es imposible de establecerlas.