30 Aug
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El científico que sacrificó su carrera defendiendo la teoría de la memoria del agua, se llamaba Jacques Benveniste. Este afamado investigador rozaba el Olimpo de la ciencia a sus cincuenta años. Se rumoreaba que podría ser uno de los escasos biólogos franceses que ostentan el prestigioso premio Nobel. Sus artículos y estudios eran de los más citados por los científicos del INSERM, habiendo recibido incluso una medalla de plata del CNRS, considerado como un galardón de los más prestigiosos en Francia.

Accidentalmente una colaboradora le presentó los resultados prometedores de un experimento con una solución acuosa que se había diluido mucho. El Doctor Benveniste descartó el experimento porque no había moléculas del compuesto que incidía positivamente sobre unos leucocitos. Es decir, en el agua restante, la dilución había sido tanta, que ya no había nada del compuesto inicial. Sin embargo, funcionaba como medicamento y lo hacía muy bien. Estaba siguiendo los mismos principios de la homeopatía de manera accidental.

Jacques Benveniste ordenó que se repitieran los experimentos, porque él mismo no creía en la homeopatía. Los resultados mostraron efectos consistentes en correspondencia con los iniciales. La solución acuosa actuaba como si el ingrediente activo continuase estando presente, aunque ya se había retirado y dicha solución era agua era prácticamente pura. Entre 1.985 y 1.989 se realizaron experimentos repetidos en la misma dirección. En diluciones altísimas, donde ya no había moléculas del elemento que provocaba reacción, el agua mantenía las propiedades e incluso aumentaban los efectos. Exactamente como preconizaba la homeopatía.

Cinco laboratorios diferentes de cuatro países distintos (Italia, Israel, Canadá y Francia) replicaron sus resultados que fueron publicados por trece científicos en la prestigiosa revista Nature. El agua parecía actuar como un medio que podía mantener una “memoria” de compuestos que habían sido diluidos en ella, cuando se seguía una metodología determinada (dicha “memoria” también podía ser borrada). Mas tarde, el editor John Maddox desacreditó dichos estudios realizándolos el mismo junto a un grupo formado por personas poco acreditadas. Según ellos, de siete intentos, sólo consiguieron replicar cuatro y los últimos tres fueron negativos, pero se da la circunstancia que en estos se variaron una serie de condicionantes esenciales que el Dr. Benveniste denunció repetidas veces. La revista Nature concluyó que no había fundamento para los descubrimientos de Jack Benveniste y que todo había sido un fraude.

El denostado científico siguió defendiendo sus descubrimientos e incluso añadió muchos otros en los que explicaba que había sintonización molecular a distancia cuando resuenan a la misma frecuencia, algo que en la actualidad se defiende desde distintos postulados de la física cuántica. Posteriormente a 1.991, Benveniste mostró que era posible transferir información molecular simplemente utilizando un amplificador y ondas electromagnéticas. Precisamente uno de los principios de la radiónica que casi cien años antes había constatado el Dr. Abrams (quien por cierto no creía en la homeopatía hasta que comprobó que los dispositivos radiónicos mostraban que sí había residuo activo vibratorio, que las diluciones homeopáticas tenían efectos físicos y que además se podían replicar los compuestos homeopáticos empleando aparatos de radiónica con facilidad).

El Dr. Jacques Benveniste siguió defendiendo sus estudios e integridad de los mismos hasta su fallecimiento sin importar perder su prestigio ante la comunidad científica que criticó su valentía de defender postulados demasiado innovadores para muchos. Para quien quiera ampliar información contrastada y fuentes, se recomienda el estupendo libro “El Campo” de Lynne McTaggart.

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