Desde el punto de vista geológico, la obsidiana es un vidrio volcánico formado por el brusco enfrentamiento de lava volcánica rica en óxido de silicio. Se clasifica como “vidrio” debido a que su estructura atómica es desordenada y químicamente inestable, razón por la que su superficie tiene una cubierta opaca llamada córtex.
En su apariencia física, y de acuerdo con su grado de pureza y composición química, la obsidiana puede ser transparente, translúcida, brillante y reflejante, presentando coloraciones que van del negro al gris, dependiendo del espesor de la pieza y del yacimiento del que provenga. Así, la podemos encontrar en tonalidades verdes, cafés, violetas y en ocasiones azuladas, además de una variedad conocida como “obsidiana meca”, que se caracteriza por su coloración café-rojiza a causa de la oxidación de ciertos componentes metálicos.
Los habitantes del México antiguo convirtieron a la obsidiana en un excelente material para elaborar instrumentos y armas como navajas, cuchillos y puntas de proyectil. Al pulirla, los artistas precolombinos lograron superficies reflejantes en las que elaboraron espejos, esculturas y cetros, así como orejeras, narigueras, cuentas e insignias con los que se decoraban las imágenes de los dioses y se engalanaban los altos dignatarios civiles y militares de aquella época.
A partir de datos del siglo XVI, John Clark realizó un profundo análisis respecto a la concepción nahua original de las variedades de obsidiana. Gracias a este estudio hoy conocemos cierta información que nos permite clasificarla conforme a sus atributos técnicos, estéticos y rituales: “Obsidiana blanca”, de color gris y transparente; “obsidiana de los maestros” otoltecaiztli, verde-azul con distintos grados de transparencia y brillo y que en ocasiones presenta tonalidades doradas (por su semejanza con el chalchíhuitl fue utilizada para la elaboración de ornamentos y objetos rituales); Itzcuinnitztli, obsidiana jaspeada, amarillo-café-rojo, comúnmente llamada meca o manchada, con la cual se hacían puntas de proyectil; “obsidiana común”, negra y opaca que servía para elaborar raspadores e instrumentos bifaciales; “obsidiana negra”, brillante y con distintos grados de translucidez y transparencia.
Para los habitantes del México prehispánico, la obsidiana tuvo notables aplicaciones medicinales. Independientemente de su efectividad biológica, su utilización medicinal se debió, en gran medida, a la carga de sus atributos rituales y a sus propiedades físicas particulares, tal y como sucedió con la piedra verde ochalchihuitl, llamada comúnmente jade.
Como ejemplo de esta concepción mágico-ideológica y curativa de la obsidiana, comenta el padre Durán: “Acudían de todas partes a las dignidades de este templo de Texcatlipoca… para que les aplicasen la medicina divina, y así les embijaban con ella la parte donde sentían dolor, y sentían notable alivio… parecíales cosa celestial”.
Por su parte, y refiriéndose también a los beneficios medicinales de este cristal natural, Sahagún registró en su monumental Códice Florentino: “También decían que si una mujer preñada veía al sol o a la luna cuando se eclipsaba, la criatura que tenía en el vientre nacería mellados los bezos (labios hendidos)… por eso, las preñadas no osan mirar el eclipse, poníanle una navajuela de piedra negra en el seno, que tocase la carne”. En este caso, es notable que la obsidiana fuera utilizada a manera de amuleto protector contra los designios de los dioses que patrocinaban aquella batalla celeste.
Había la creencia, además, de que a causa de su semejanza con algunos órganos como el riñón o el hígado, los guijarros de río de obsidiana tenían el poder de curar dichas partes del cuerpo. Francisco Hernández consignó en su Historia Natural algunos aspectos técnicos y medicinales de los minerales con propiedades curativas.
Los cuchillos, navajas, espadas y puñales que usaban los indios, así como casi todos sus instrumentos cortantes eran de obsidiana, la piedra llamada por los indígenas iztli. El polvo de esta, así en sus tonalidades azul, blanca y negra translúcida, mezclado con cristal igualmente pulverizado, quitaba nubes y glaucomas aclarando la vista. El toltecaiztli, o piedra de navaja abigarrada de color negro bermejo, tenía propiedades semejantes; el iztehuilotl era una piedra cristalina muy negra y brillante traída de la Mixteca Alta y perteneciente, sin duda, a las variedades de iztli. Se decía que ahuyentaba a los demonios, alejaba a las serpientes y cuanto era venenoso y conciliaba, además, el favor de los príncipes.
Cuando la obsidiana se rompe y sus fragmentos se golpean entre sí, su sonido es muy peculiar. Para los indígenas tenía un significado especial y comparaban el ruido precursor de las tempestades con una corriente de agua impetuosa. Entre los testimonios literarios al respecto está el poema Itzapan nonatzcayan “lugar donde crujen en el agua las piedras de obsidiana”).
“Itzapan nantzcaya, la terrible morada de los muertos, donde el cetro Mictlantecutli empuña majestuoso. Es la postrer mansión de los humanos, allí mora la luna, y a los muertos melancólica fase los alumbra: es la región de piedras de obsidiana, con gran rumor sobre las aguas crujen y rechinan y truenan y empujan y forman tempestades pavorosas”.
Con base en el análisis de los códices Vaticano Latino y Florentino, el investigador Alfredo López-Austin concluyó que, de acuerdo con la mitología mexica, el octavo de los niveles que componen el espacio celeste tiene esquinas de lajas de obsidiana. Por su parte, el cuarto nivel del camino de los difuntos hacia el Mictlánera de un espectacular “cerro de obsidianas”, mientras que en el quinto “predominaba el viento de obsidiana”. Finalmente, el noveno nivel era el “lugar de obsidiana de los muertos”, un espacio sin orificio para el humo llamado Itzmictlan apochcalocan.
Actualmente persiste la creencia popular de que la obsidiana tiene algunas de las cualidades que se le atribuían en el mundo prehispánico, por lo que aún se considera una piedra mágica y sagrada. Además, por ser un mineral de origen volcánico se le relaciona con el elemento fuego y se considera una piedra de autoconocimiento con carácter terapéutico, es decir, una “piedra que actúa al igual que un espejo cuya luz hiere a los ojos del ego que no desea ver su propio reflejo”. Debido a su belleza, a la obsidiana se le atribuyen cualidades esotéricas, las cuales, ahora que presenciamos el inicio de un nuevo milenio, proliferan de manera preocupante. ¡Y qué decir de su extensivo uso en la fabricación de todo tipo de souvenir de obsidiana que se expenden en las zonas arqueológicas y los tianguis turísticos!
En suma, podemos concluir que la obsidiana, por sus peculiares características físicas y formas estéticas, sigue siendo un material utilitario y atractivo, tal como lo fue para las diversas culturas que habitaron nuestro país en tiempos pretéritos, cuando era considerada el mítico espejo, escudo generador y poseedor de las imágenes que reflejaba.