Como leía en "Sermasyo"; miramos" hacia arriba. Y es que la Astrología Transpersonal es gran herramienta para ello. Nos enseña a poner los pies en la tierra, para poder elevarnos al cielo. Gracias a la Astrología, contactamos con la esencia de lo que somos en el interior, y comprendemos que somos Uno con el Universo.
Lo transpersonal nos aleja del ego, de la separación. A la vez, nos acerca al Todo, a la fusión. Pero esto no significa que el ego no pueda beneficiarse del estudio de la Astrología.
Muy por el contrario, puede ayudarnos muchísimo a comprender nuestro entorno más inmediato de una manera más rica y mucho más profunda.
La Astrología cambia tu mirada. Y, en consecuencia, todo lo que ves.
Cuanto más los comprendes y profundizas, más percibes, más entiendes, y todo lo que hay a tu alrededor cambia contigo.
Es como la sal, que potencia el sabor de todo lo que comemos, lo hace más intenso y sabroso.
Ahondar en el conocimiento de la correspondencia entre el arriba y el abajo no solo pone sal a nuestra intuición. También enriquece la otra faceta de la mente: la que tiene que ver con la razón, el lenguaje, y la información que alimenta nuestra visión del mundo.
Ambas están íntimamente relacionadas, e incluso podemos decir que intuición y razón son solo dos caras de la misma moneda.
¡Si aprendes Astrología, lo comprendes!
Pero este no es el tema que nos ocupa hoy.
De lo que te quería hablar es de algunos “efectos secundarios” que puede tener el estudio de esta maravillosa herramienta en cómo percibimos y comprendemos el resto de disciplinas, científicas, humanas y artísticas, cuando les aplicamos una mirada transpersonal, cuando abrimos más los ojos.
Desde el punto de vista de la mente, de cómo miramos y analizamos lo que nos rodea. Mirando hacia abajo, hacia el suelo…
Desde luego, lo primero que cambia cuando nos acercamos a la Astrología es nuestra idea del universo.
Porque si este es como nos enseñaron en la escuela, ¿cómo es posible que la Astrología “funcione”?
Es ilógico, no tiene sentido, ¡es imposible!
En cuanto descubrimos que el universo es mucho más que un conjunto colosal de rocas inanimadas, es inevitable comenzar a formularse preguntas que nos llevan a dudar y a filosofar sobre lo que hay ahí fuera, y también sobre nuestro propio barrio, el Sistema Solar.
Por no hablar de nuestra casa, el planeta Tierra, al que tanto maltratamos.
La Astronomía, que de por sí ya es una de las ciencias más asombrosas a las que se dedica la humanidad, nos fascina aún más, se llena de misterios e interrogantes aún por explicar.
Desde luego, la Historia no se queda atrás, y uno hasta se pregunta por qué en el colegio (y sí, también en la universidad) han pasado por alto la importancia de la Astrología y otras disciplinas basadas en los mismos principios metafísicos.
Principios que pueden llamarse espirituales, trascendentes, o transpersonales.
La Astrología ha estado siempre ahí, en una forma u otra, desde que tenemos memoria, y ha sido la base de la cosmovisión tanto de la Antigüedad como de la Prehistoria.
Las religiones, la Filosofía, la Ciencia… las tres comenzaron con la Astrología, crecieron bebiendo de sus fuentes. ¿Por qué, entonces, le quitan importancia, y solo la mencionan para tacharla de superstición?
¿Sabías, por ejemplo, que el símbolo más popular para representar al Islam es una conjunción entre la Luna y Venus?
¿Y qué me dices de la cruz cristiana, que representa el zodiaco, con sus cuatro cuadrantes?
Por poner solo un ejemplo, todos los genios que revolucionaron la Astronomía y la Física de su tiempo, ¡fueron astrólogos!
Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Kepler, e incluso Newton, tenían grandes conocimientos de la Astrología o eran astrólogos practicantes.
Mejor, que sean dos ejemplos, porque no me puedo resistir a este: el rey de Castilla Alfonso X, que pasó a la posteridad como “el Sabio”, se dedicó a compilar y expandir el saber de su tiempo.
En la escuela, nos enseñan los títulos de las obras que escribió o patrocinó, pero nunca nos cuentan su contenido: las famosas Tablas alfonsíes son nada más y nada menos que ¡tablas de casas y posiciones planetarias para confeccionar horóscopos!
Y no es el único libro de esta índole en la que participó el sabio monarca.
La lista de filósofos, científicos, monarcas o profetas que se dedicaron a la Astrología es tan larga como la historia misma.
Exactamente lo mismo sucede con los artistas y sus obras.
Pintores, escultores, escritores, músicos, los arquitectos anónimos o conocidos que construyeron los monumentos más importantes de la historia. Antiguos y modernos.
Muchos de los más grandes, no solo se dedicaron a la Astrología en sus ratos de ocio, sino que la plasmaron en sus obras más célebres.
Monumentos como los de Stonehenge o Newgrange, las pirámides de Egipto o de Teotihuacán, los zigurats babilónicos, las catedrales góticas, la iconografía de todas las religiones… Todas están repletas de referencias astrológicas y alineaciones con las estrellas.
Y eso solo en la arquitectura… pero la Historia del Arte está más que provista de ejemplos que nos muestran la conexión con lo trascendente, pasando por los astros.
Es curioso observar cómo tantas de las personas más brillantes de la historia han tenido a la Astrología como parte fundamental y base de su conocimiento, y la han integrado a sus obras, enriqueciéndola y dotándola de esa dimensión transpersonal, espiritual, que las ha convertido en clásicos imperecederos.
De Ptolomeo a Jung. De Platón a Ramón Llull. Del rey sabio a Newton. Y todos los genios anónimos a los que debemos nuestro saber actual…
Y todas las disciplinas que no puedo tratar hoy, porque veo que la tarea es interminable, inabarcable. Filosofía, medicina, metafísica, alquimia, teología…
En suma, ¡todo un mundo de conocimientos por redescubrir!
No un mundo, ¡un universo!, que está ahí fuera (ahí dentro) esperando que le apliquemos una nueva mirada, que le echemos un poco de sal ¡para saborearlo con más placer del que te puedes imaginar!
¿Sigues pensando que la Astrología es un asunto trivial?
Por favor, ¡mira otra vez, y te asombrará lo que verás!
Gustavo Capece